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- Coa Pe . rh ra . ‘ j Tex caldeados en su corazon, que era todo amor ; palpabamos - tambien que del seno de la madre nos veiamos traslada- dos 4 los brazos de un padre, quien, a pesar de ser por naturaleza mas severo y ménos suave que la madre, nos acariciaba , nos arrullaba y nos besaba, y todo esto iba causando en nuestros corazones impresiones de amor. Pero estas impresiones son tan elocuentes, que ensefian al nifio 4 dar 4 la madre una preferencia relativa sobre el padre, pues le son mds gratos los brazos de aquélla que los de éste, y si llega 4 ver en él alguna mirada de seve- ridad, se apresura 4 esconder su rostro ruborizado entre los labios y el seno de la madre. Sublime y elocuente modo de obrar, por el cual la naturaleza ensena al hom- bre que por medio dela madre econoce 4 su padre, y que en el corazon de aquélla hay siempre un volcan de amor hacia su hijo. No hay duda de que los mayores encantos del cora— zon del hombre se encuentran en esa union intima, tier- na y desinteresada del padre, de la madre y del hijo: se amaban mucho aquéllos en la esperanza de ver el fruto de su amor; perose aman deSpues mucho mds, siendo su hijo el pabulo que mantiene el fuego del carifio y el lazo que los estrecha en un mismo objeto, que es la feli- cidad del hijo. Y jcosa singular! al decretar el Sefior la ~ reparacion del linaje humano, determindé que el hombre - se elevase 4 Dios, & su conocimiento, 4 su amor y 4 su posesion, conduciéndole como a un bijo de familia por medio de los carifios de una maternidad infinitamente mas perfecta, mds tierna y mas generosa que aquella euyos encantos ha experimentado cada uno. Lo primero que vemos en nuestra regeneracion espiritual es nuestra madre, 4 quien debemos el sér de la gracia, la leche que nos ha alimentado, sus cuidados, sus carifos, su solici- tud maternal. De ahi la diferencia tan notable de los hombres de los tiempos antiguos 4 los de los modernos;

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