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557 lores con sus lagrimas ; Ella padece la misma sed, sufre | las mismas espinas, esta abrevada con los mismos im-= properios, clavada con los mismos clavos. Jesus y Maria son una misma victima, semejantes & dos olas que se chocan y cuyas aguas se compenetran y se unen; los tormentos del Hijo vienen a caer en el corazon de la Ma- dre y se identifican con Ella. Si; Ella le presenta su co- razon traspasado de dolor, y esto sdlo es el uinico consue- lo de Jesus, mayor que el que pudieran darle todos los discipulos, cuya cobardia los habia alejado del teatro de la pasion. Juata crucem Jesu, Mater ejus. Para comprobar esta verdad, no necesitamos salir del Evangelio; Jesus agradecié tanto d su Madre esta ternura, que antes de morir, como dice San Agustin, viendo su desamparo, la proveyé de un hijo que la cuidase y ali- mentase (Tract. 119, Ja Joan.), sustituyendo su persona en la del amado Discipulo, cuyo especial amor y solicitud por Maria empezé desde aquel mismo instante. #¢ accepit eam discipulus in sua. Hé aqui,,amados mios, un modelo de amor verdadero que nosotros debiéramos imitar, ha~ ciéndonos todo para todos, como enseiia el Apdstol, y pro- digando los oficios de caridad hacia los atribulados, aun- que el mundo nos persiga. Habeis visto en Maria una Madre tierna, y ahora os demostraré que fué una heroina, la mas constante, objeto de mi segunda parte. SEGUNDO PUNTO. Por mucho que sea el valor de un corazon,y aunque tenga toda la fortaleza de los héroes, hay momentos en la vida en que sucumbe 4 las impresiones que causan en él las desgracias extremas; no le es posible guardar su se- renidad, y, 4 pesar suyo, se turba, se entristece, se acon- goja, y prorumpe en tristes y lamentables gemidos. A pri- mera vista parece increible, amados mios, que el magna-

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