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19), ,c6mo fulminaria contra la curiosidad de leer tanta novela, si ahora viniese al mundo? Mas no necesitamos que hable el Apéstol; con voces las mds enérgicas han hablado los sucesores de Pedro, y en varias Enciclicas, lenas de sabiduria inspirada, han descubierto minucio- samente toda la malicia de semejantes producciones y los peligros 4 que conducen 4 los hombres, porque, mas fuer- tes que las malas companiias, al paso que podemos aban- donar éstas ;no lo hacemos tan facilmente con los libros, que van y vienen con nosotros, duermen a nuestro lado y penetran hasta en aquellas casas honradas en donde. no hubiera puesto el pié el autor que los dida luz; asi habla Clemente XIII. — Sin embargo, la vana curiosidad les da entrada en to- das partes, y esto ha causado la pérdida de la moral san- ta del Evangelio; y sino, decidme: gno es verdad que en la edad en que las jévenes no debieran pensar sino en entretenimientos indiferentes, pasan sus dias hablando de partidos, de enlaces, de proporciones y de desposo- rios? ,No es verdad que aquellos rostros, que no debie- ran respirar sino candor y simplicidad, se ven demuda- dos y palidos, demostrando en sus facciones las impre- siones fuertes que hay en el corazon? Si, jéven incauta; despues que la curiosidad puso en tu mano aquella nove- la, tu corazon no supo lo que era la calma y la paz ; pron. - to se levantaron en él olas espumantes que lo combatian; pronto empezaste 4 desear representar aquel papel que tanto te encantaba; deseaste los obsequios, las visitas, las. conversaciones furtivas, y en la primera ocasion te en- tregaste en los brazos de un pérfido que te labraria tu ruina. Si, jéven licencioso; la curiosidad de leer otros libros que los que tus padres 6 maestros pusieran en tus manos para conocer 4 Dios como 4 bien sumo, y 4 ti mis-. mo como miseria y nada, te ensefié los enredos y tramas que son tan comunes en las novelas; te instruiste en lo

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