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en Europa y en América por la vana curiosidad ; y si no creeis 4 mis palabras, observad las obras : si se nos pre- sentase la lista de los que se confiesan en el Catolicismo, veriais que, para uno que se llega al tribunal sagrado, hay mil que lo desprecian; si se examinase el nimero de verdaderos creyentes , jay, amados mios! yo tiemblo en decirlo, «entre mil no hay dos,» porque los unos han adoptado las maximas de la incredulidad, y los otros tie- nen una fé sin obras, fé que el apéstol Santiago compara 4 un cadaver. ‘ A esta curiosidad sacrilega va unida otra no ménos abundante en desastres que la primera, y es la curiosi- dad con que se leen otros libros que, si no tienen carac- terizado el sello de la impiedad , llevan el de la inmora- lidad, y ésta, aunque no es tan funesta en si misma, pero acaso lo es mas que la otra por sus consecuencias; es decir , por hallarse propagada en todo sexo, edad y con- dicion, y porque con un veneno disimulado arruina y estraga almas infinitas: hablo de las novelas , romances, dramas é historietas en cuya lectura pasan dias y noches las gentes de nuestra edad nefasta ; libros que se encuen- tran & cada paso en las manos de los jévenes, en los sa- lones, en los tocadores de las nifias mas tiernas; al pre- guntar 4 nuestro siglo elegante por qué se entretienen . sus prosélitos en tales lecturas , se nos responde que por una mera curiosidad, para divertir la imaginacion y para poder tomar la palabra en las reuniones, y no pasar por idiota. ; Triste curiosidad! Con ella se imbuyen los 4ni- mos en ideas de amores, en episodios de galanteria, en- trando la pasion en el corazon con tanto mayor disimulo, cuanto mas paliada se encuentra con las artificiosas com- posiciones de Ja virtud que aparentan. ; Ah! Si el celo del Apéstol trond, 4 la manera del rayo, contra los habitan- tes de Efeso, sélo porque andaban tras de libros que tra-. taban de astrologia: gui fwerunt curiosa scitati (Act.,xrx,

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