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por ti! ¢Cémo podré yo vivir entre los hombres faltando _ tide mi lado? Por qué te fuiste y me dejaste desampa- rada sobre la tierra? ;Ya no veré aquellos ojos modestisi- mos, que, como luceros de la mafana, iluminaban mi alma! ;Ya no oiré tu dulce voz, que alegraba mi corazon! 4Por qué no exhalé yo mi espiritu con el tuyo? ;Estu- viéramos los dos oscurecidos con las mismas sombras; - nos encubriria la misma losa; no me viera yo enténces - tan desamparada, pues estando 4 tu lado lo tengo todo; hallandome léjos de ti, lo he perdido todo! ;Clavos inhu- ‘manos! jCruz deicida! {Me habeis dejado en la mas es- pantosa soledad! ;Habeis-dado la muerte al Hijo mas her- moso entre los hijos de los hombres, 4 Aquel sin el cual yo no puedo vivir!» . Hé aqui, amados mios, la horrenda soledad en que - Maria se encuentra. Como Job, desea que llegue la aurora cuyas luces alejan de nosotros el pavoroso silencio, y apenas ha visto los primeros rayos del sol, suspira por la llegada de las tinieblas, para poder entregarse de nuevo. al llanto y al gemido que libremente lanzamos en la so- ledad de la noche. Cuanto he dicho, apenas es débil bos- quejo de lo que pasd el alma santisima de Maria en el desamparo en que qued6 por la muerte de su Hijo. Vos- otros esperabais que os dijese las cosas con magnitud natural; pero esto es efecto de vuestro corazon devoto; no podeis pensarlo como deseais, porque yo soy criatura limitada, y no me es dado penetrar en una region que no tiene limites. No basta ser hombre, ni basta ser angel, para comprender con toda exactitud la soledad de Maria. Era infinito el objeto que perdid; por consiguiente, infi- nita era su soledad, infinito su desamparo. No, no me explicaran esta soledad los mas sublimes talentos ; no me la explicaran tampoco los angeles, ni 4un la misma Vir- gen sagrada, por su dignidad y sus glorias: tienen por principio un objeto infinito, y los dolores, los trabajos y TOMO II: 35
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