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, 541 vado 4 la tumba al hijo 6 al padre que adorabamos, es la. situacion mas horrible en que podemos vernos. Entén— — ces, la misma fuerza de la desgracia causa en nosotros una especie de éxtasis; salimos de nosotros mismos; con- templamos fijamente las cualidades y dotes de nuestro amado; entramos en conversacion con él ; oimos su voz; "vemos su mismo rostro; palpamos su forma; y cuando queremos entregarnos a él del todo, advertimos ; qué hor- ror/para un alma que ama! advertimos que aquello es una ilusion, que el objeto amado no existe, que cuanto hemos visto es una tumba, que la realidad desaparecié para siempre. Dime si es verdad esto, esposa tierna; Tui, que a poco de haber unido tu suerte 4 la de tu apreciable con- sorte tuviste la desgracia] de perderlo; dime si es verdad, tu, hija unica, que no vivias sino para agradar a tu pro- genitor , a quien viste espirar. ;Ah! Cuando en la pri- mera noche de vuestro duelo os halldbais arrodillada en vuestro aposento junto al lecho en que os dié la ultima mirada vuestro objeto amado , elevando al cielo vuestros votos y deseos, gno es verdad que por unos momentos vuestra imaginacion did nueva vida al que era habitante de la region de la muerte? ,No es verdad que lo oiais ar- ticular, que crefais verlo y tocarlo como si auin viviese 4 vuestro lado, hasta que sucedié 4 la impresionable ima- ginativa la calma y serenidad? Enténces visteis por pri- mera vez cuan horrible es la soledad; visteis que real- > mente os hallabais desamparada; dirigisteis vuestros tris-° tes acentos 4 la tumba, y no ojsteis otra respuesta que la de vuestro propio eco; volvisteis 4 nombrar 4 vuestro objeto amado, y del fondo del mismo corazon, de entre las silenciosas sombras, salia una voz terrible , mas ater- radora que el rayo: esta voz os decia: «;Muriéd , murié!» Y al ser heridos vuestros oidos con tan tristes ecos, cais- teis, y no sobreviviérais sin el auxiliode una amiga y caritativa mano.

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