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Nd Spe: ss : cia y palabras. Llegan: no hay uno que no quiera ar- | rojarse 4 los piés de la Madre para pedirla perdon de ha- _ ber sido infiel 4 su Maestro, de haber huido con cobardia y de haberse contentado con estar mirando 4 lo léjos el suplicio de su Hijo: y cuando quieren portarse con ella como hijos amorosos , son, 4 pesar suyo , lo que fueran _ con el solitario Job sus antiguos amigos. Cada discipulo que llega es causa de un nuevo vuelco para el corazon de la Madre, que nada entre hinchadas olas de amargura, compenetrado de ellas mas que la esponja arrojada al profundo del mar. Se halla ésta desconsolada, con su en- tendimiento y corazon, en el sepulcro de su Amado, y nada es capaz de distraerla de aquel lugar, como nos su- cede 4 nosotros cuando acabamos de sacar de nuestro hogar al padre, 4 la madre, al hermano que adorabamos. En aquellos momentos no hay fuerza alguna humana que sea capaz de arrancar de nuestro espiritu una imagen que en él, como en terso espejo, se representa; en vano que- remos disiparla nosotros mismos: esta imagen revive sin cesar, y sin causarnos el horror de un espectro, nos oca- siona todo el dolor y toda la afliccion de una muerte que llega con lentitud. Esta imagen, que nos deleita y ator~ — menta, que nos alimenta y devora, que nutre nuestro es- piritu y lo consume, es la imagen del objeto amado, que no existe ya para nosotros. Pensar en él es al mismo tiempo un consuelo y una afliccion. Si esta imagen se va de nuestro espiritu, la seguimos como a sombra que huye; si vuelve hacia nosotros, nos entra un nuevo espanto y un terror panico: Tales son nuestras agonias cuando, despues de haber gozado largo tiempo de un objeto amado con intension, nos encontramos de repente sin él por ha~ berlo arrebatado la muerte. : Esta misma es la situacion de la desconsolada Maria en su amargura y soledad. La imagen de su Hijo la per- sigue; la representacion de las grandezas pasadas la cau=

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