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a a ‘ ERT OE i ETI que: padece el espiritu humano cuando se ve privado para siempre de un amigo 6 de un hermano, cuando contem- pla entre la lébrega morada del sepulcro al que con su presencia alegraba el corazon. No basta en semejantes ocasiones el entendimiento con todas sus fuerzas; es pre- ciso que el corazon hable con todas sus sensaciones; razon por qué os dije que no era suficiente el calculo para comprender la triste soledad de Maria, pues sdlo podre- mos rastrearla con las sublimes miradas de la f6; porque s6lo esta virtud tiene poder para acortar las. distancias, trasladando el espiritu al mismo teatro de los sucesos, para verlos con toda la realidad; sélo esta virtud hace que nos despojemos en cierto modo de nuestra propia persona y nos revistamos de la ajena, entrando 4 parti- cipar sus sensaciones, apropiandonos sus desgracias 6 sus dichas, y gozando 6 sufriendo en nuestro interior a medida que nuestro entendimiento repasa las escenas. Si os hailais animados de esta virtud divina, venid en pos de mi, pues por unos instantes quiero contemplar cuanto ocurre en la pavorosa noche que ha sucedido al dia de la muerte de Jesus. Estamos en Jerusalen. ;Qué silencio! El pueblo, fatigado del viaje al Calvario, se halla _ entregado al mds profundo reposo; los pontifices, glorio- sos con la gran hazafia que acabdéran aquel dia, se con- gratulan por haber dado fin a la existencia de Aquel que los reprendia. Todo esta en quietud: medrosos y llenos de espanto se empiezan 4 reunir algunos discfpulos, y aprovechandose del silencio nocturno, encaminan sus pa- sos hacia la habitacion de la Madre desventurada. Qui- sieran éstos consolarla en su desgracia; pero no es posi- ble; esta noche es aquélla ligubre. y espantosa que viera Jeremfas, en“que la hija de Sion debia llorar con acento inconsolable la pérdida de suamado, sin que hubiese uno sélo de sus amigos que pudiese consolarla ; antes, si, la atravesariafcon nueva espada de afliccion con su presen-