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533 sabios, dénde aquellos guerreros? {Es posible que todo se haya concluido tan magicamente?» Quomodo sedet sola civitas plena populo? Asi tambien se impresiona mi espiritu cuando, en las alas de la fé, da un vuelo y se coloca en la cima del Gél- gota para examinar lo que ha pasado en su superficie, que humea con la sangre de Jesus recientemente derra- mada. Con el auxilio de los opacos destellos de las estre- llas, me acerco 4 aquel santo lugar, que pocas horas antes se ha visto oprimido con innumerables piés; pero antes sus breiias, sus cerros y hondonadas resonaban con ecos varios y tumultuosos. Todo esta en silencio: horas antes estacionaban las cohortes romanas, custodiando 4 un reo y conteniendo al pueblo enfurecido: nada de esto veo, y en cambio de tanta muchedumbre, de tanto tumulto y de tanta espada, no apercibo, en medio de las tinieblas, mas que los signos de un suplicio. Por mas‘ que quiera aven- . turarme 4 examinar las causas de una muerte tan injusta, no puedo detenerme en ellas. En vano pretendo ir al pré- ximo sitio donde existe un mausoleo, custodiado por las guardias romanas, y en cuyo céncavo y tenebroso seno se. encuentran los restos del supliciado. En vano quisiera en- trar en Jerusalen 4 examinar las impresiones que ha cau- ‘sado la muerte de Jesus en el corazon de sus enemigos: en semejantes momentos no puedo apartar mi pensa- miento de un sér ‘que me lo roba casi para él solo; lo _ contemplo alla retirado en un aposento sombrio, entre- gado 4 las mas crueles reminiscencias, envuelto no sdélo entre las pavorosas tinieblas nocturnas, sino entre mil . ideas higubres que asaltan sin piedad su triste cora- zon. Este sér es Maria, la Madre de aquel Justo que ha muerto en la Cruz. La veo, la contemplo, y no puedo mé- nos de exprimir los sentimientos de mi corazon con mil suspiros, y regar mis mejillas con abundantes lagri- mas. j;Ah! digo: geres Tu acaso aquella mujer mas que

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