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res del mundo, donde no es posible hallar al Esposo ce- lestial, uniendo al conocimiento de las bellezas divinas el de su miseria y su nada; dos grandes ejes en que gira todo el edificio de santidad y virtud. Preciso es hablar con el testimonio de los Doctores en una materia tan delicada. San Agustin, con otros muchos Padres 6 intérpretes, entienden por este sueiio en que des- cansa la esposa, la vida quieta y pacifica, libre de ocupaciones y negocios temporales , aun de los licitos y honestos , de los cuales se aleja enteramente el alma por entregarse totalmente al estudio de la sabiduria celestial y 4la total posesion del amor divino. Porque, como expli- ca admirablemente estas palabras el Niseno, «el sueiio es imagen de la muerte; él nos ocasiona un olyido total de las solicitudes y cuidados; calma las iras y el temor, y hasta tal punto liga las fuerzas corpéreas, que desapare- cen las sensaciones de todos los males.» Grande es, pues, y se ha excedido a si misma, aquella que dice «yo duer- mo, y, mi corazon vela.» Y en verdad; cuando el alma vive en si sola y no es perturbada de los sentidos, se-en- cuentra la naturaleza corporal como ligada, y seuttin puede verdaderamente decir «que duerme en ella la vista, que duerme el oido, que duerme el gusto, que duermen, por fin, todos los sentidos, porque todos estan muertos a las cosas exteriores , no ocupandose el alma sino en cosas que son superiores 4 la razon.» ;Ah! Esta doctrina tan sublime es una emanacion de aquella que poseyera aquel gran orador que, con voz mas que humana, gritaba a los fieles recien convertidos: «Pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra; porque vosotros estais muertos, y vuestra vida est& escondida con Cristo en Dios.» Si; una vocacion bien correspondida tiene que producir en el alma esta vida celestial en que el cuerpo se halla enfre- nado. No faltan en esta vida perfecta grandes combates; la parte inferior del alma no deja de levantar su cabeza
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