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sados. Veamos lo que ocurrié hace mas de dos mil aiios. Los sucesores del gran Alejandro forman ligas para ani- quilar el cetro de Israel; atacada la Religion é indepen- dencia de este pueblo, un noble entusiasmo prende cual chispa eléctrica en todos sus moradores; aparecen capi- tanes ilustres y guerreros denodados, que, conducidos por un habil general al campo del honor, pelean por sus vidas, por sus leyes y por su templo, midiendo su brazo contra una muchedumbre audaz y orgullosa. Mis de ciento veinte mil enemigos aniquilados; mas de treinta ‘batallas ganadas; mds de veinte generales vencidos y derrotados; ciudades tomadas; provincias subyugadas; reinos ddiieraintadie’ riquisimos botines adquiridos; ce- tros, coronas y mantos purpureos recogidos en las refrie- gas, no enorgullecen el dnimo del gran héroe de tanta hazafia consumada. Aquel espiritu, siempre fogoso como. el leon en el fragor estrepitoso de las armas, tiene toda la mansedumbre del cordero, y despues de haber amon- tonado los caddveres de reyes, de principes, de genera- les, de soldados y de la plebe enemiga; despues de ha- berse paseado intrépido entre maquinas, arietes, espadas, lanzas, elefantes, caballos y carros acerados, arrollando 4 cuantos le disputaban el terreno, vuelve su vista al ‘santo templo, entona himnos de accion de gracias al Sér divino, al Dios de las victorias, y como amigo tierno que jams se olvida de los compaiieros de sus glorias, ofrece _ en el altar purisimos timiamas, sacrificios de expiacion, para mover 4 piedad el corazon divino 4 favor de aque- llos que murieron con gloria defendiendo sus creencias y su patria: era este héroe Judas Macabeo: Judas duode- cim millia drachmas argenti, etc., etc. Para presentar esta verdad en un gran cuadro, no ne- cesitamos mas que registrar los anales de cada siglo y nacion, y encontraremos que hasta los campamentos mi- litares de Roma iddlatra tenian sus altares y sus sacrifi-

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