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para ir al martirio; y, en efecto; dice el P. San Bernar- do, la vida del claustro es un continuado martirio, pues aunque no tiene todo lo horrible, y atroz de los tormen- tos, no deja de ser bastante doloroso por: la larga dura- cion de las penitencias, de las humillaciones y del rigor continuo. El que sufrian los primeros cristianos era mar- tirio de un dia, de un mes quizds, 6 de un aio, y Jas mds veces estaba reducido a un sélo golpe de la espada san- guinaria: mas el martirio 4 que se ofrece el alma por medio de los tres votos, es un padecimiento cuotidiano, que se renueva sin cesar, ora por la depresion de nuestro orgullo, ora por el anonadamiento de nuestra propia vo- luntad y razon; de modo que el hombre, sacrificado de este modo, wasde decir con David: «Por amor tuyo, joh Dios! somos entregados 4 muerte cada dia; somos repu- tados como ovejas destinadas a perecer.» ; jAh! Mayor correspondencia que esta no se puede tener al amor infinito de nuestro Dios. El sacrificarse al Seiior en el martirio, y el sacrificarse ante las sagradas aras renunciando para siempre al mundo con sus vani- dades, 4 si mismo, 4 su amor propio, 4 su voluntad y & los halagos del sentido, son los dos actos mas herdicos del amor de la criatura hdcia su criador, porque en ellos paga el hombre cuanto puede, atendida su limitacion, devolviendo al amor infinito otro amor, que, si no puede igualarsele en los grados, no puede pasar mas alla, pues en un sélo acto da la criatura cuanto tiene y puede poseer: da su cuerpo, da su alma, da sus sentidos, da sus poten- -cias, da su vida; y claro esta que «ninguno tiene mayor amor que este, que es poner su alma por sus amigos,» como ensefia el mismo Jesucristo. Si el mundo comprendiese lo sublime de esta filoso- fia celestial; si pudiese apreciar en su justo valor el re- levante mérito de una alma que vive toda consagrada 4 su Dios, ,c6mo era posible que arrojase de su seno 4 los
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