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do en carne mortal Ja naturaleza angélica, y eliminando de nuestra alma toda afecciona los placeres del sentido. Este es el verdadero sacrificio mistico que hace el hombre de si mismo, y en cuya oblacion concurren todas las circunstancias del sacrificio real y fisico. Hay desde luégo el ofrecimiento externo de cosas sensibles, pues la materia de este sacrificio es nuestro cuerpo, para ser ma- cerado,-y nuestra alma, para ser mortificada en sus pa- siones. Se inmuta tambien en cierto modo la hostia, des- truyéndose el hombre viejo, y formandose el nuevo, que ‘fué criado en justicia y santidad. Existe tambien la con- fesion publica y solemne de la soberania de Dios sobre todas las criaturas, pues a El solole consagramos cuanto somos y valemos. Y jno es esto lo que nos insinua Jesu- cristo en sus admirables lecciones? «El que ama su alma, dice, el que ame 4 su alma en este mundo, la pierde; y el que la pierde en este mundo por amor mio y de mi Evangelio, la salva.» ,No es esto lo que nos ensefla con sus palabras y ejemplos el divino Apostol de las gentes? «Yo estoy, dice, clavado con Cristo en la cruz; vivo yo, mas no vivo yo, pues vive Cristo en mi; llevo en mi cuerpo todas las llagas de Jesus; llevamos siempre la mortiticacion de Jesus en nuestros cuerpos, para que se manifieste de un modo sensible la vida de Jesus en nos- otros.» Asi se sacrificaba el Apéstol, corriendo presuroso por la via de la perfeccion, y castigando su cuerpo, lo re- ducia 4 servidumbre, para ser hostia viva y agradable al Sefior. Nada hay tan grande 4 los ojos divinos como este sa- crificio. Darse 4 Dios omnimodamente por medio de los tres votos que constituyen la perfeccion religiosa, es de tan alto mérito, que San Jerénimo, San Cipriano y San Bernardo llaman 4 esta oblacion solemne que hace el hombre, un segundo bautismo, y los tedlogos piensan, con gran fundamento, que mediante este acto solemne de

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