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abstenernos de la sensualidad; si ésta es tan necesaria al hombre como el pan de cada dia, gqué consecuencias sacaremos? En qué escollos se estrella la débil barca de nuestra inteligencia? ¢Qué vendra a ser Dios con sus atributos, y nuestra razon con sus luces? Porque, no lo dudemos, 6 es preciso negar la existencia de la ley natu- ral que prohibe al hombre las acciones impuidicas de toda especie, 6, en el otro caso, es necesario confesar que tuvo razon Lutero y todos los fatalistas, cuando afirmaron que el hombre era infaliblemente reprobado al infierno por un decreto preexistente de la Providencia. Uno-y otro principio seria una horrepda blasfemia, detestable aun 4 los ojos de la simple razon, pues desde luégo tienen tanta y tan intima conexion entre si los preceptos de la ley na- tural, que, destruido uno, son destruidos todos. La ley de la adoracion, exclusiva del Sér divino, no puede existir sin la consecuencia inmediata: la consecuencia son los preceptos naturales, pues quien los quebranta quila 4 Dios el honor que se le debe, dandolo a las criaturas; y qué mayor injuria contra la Divinidad? gNo valia mas que dijesen de una vez los filésofos que ese Sér divino, criador y conservador del mundo, es una quimera} que no negar la existencia de los preceptos morales, en que estriba la verdadera adoracion en espiritu y verdad? Y admitidos éstos, como se ve forzado 4 admitirlos todo hombre, ora sea un esttipido, ora un escéptico, ,qué consecuencia he- mos de inferir, admitiendo que es imposible ser casto, y poniendo los goces sensuales como necesarios 4 la vida humana? ;Ah, sefiores! Las inferencias son espantosas. En esé caso, Dios seria un tirano al condenar 4 penas eter- nas al lujurioso por no haber guardado la ley de la cas- tidad 6 continencia; el hombre mismo seria de peor con- dicion que el bruto; pues éste puede seguir todas las ten- dencias de su instinto sin temor del porvenir, miéntras al hombre no le permite su conciencia entregarse 4 accion