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fiado de su augusta Madre y del casto Esposo de ésta; esa historia, 4 la cual tan brillantes paginas diera esa turba de doncellas muertas entre los potros y caballetes de Roma, del Asia, del Africa y de todo el orbe, por no mancillar el pudor; esa historia, cuya recitacion contem- poranea brilla hoy tanto como en los primeros siglos de la Iglesia por el heroismo de las innumerables esposas de Jesucristo, 4 quienes fueran abiertas las puertas de sus recintos sagrados para que entrasen de nuevo en el mundo voluptuoso, lo que realizaron ellas con tanto va- lor como lo hicieran las Filomenas con Diocleciano, las Lucias y Cecilias con los Prefectos del imperio occiden- tal? ,Sera, enténces, falso lo que vemos y palpamos? 4El mundo estara lleno de hipécritas que se relegan a los monasterios aparentando castidad y estando abrasados” en lujuria? ,Con que no podemos ser castos? ,Conque ne- cesariamente es el hombre sensual y lujurioso? Estas son las doctrinas que publica desde su pesti- lente catedra la filosofia incrédula; y ;cuidado, sefiores! su proselitismo es demasiado, y quiza pertenecen muchos de los que me oyen 4 esta escuela infame; porque la in- diferencia ha sido el gran paladion de los fildsofos mo- - dernos; y esta indiferencia es hoy dia demasiado recibi- da en la sociedad: hablo de la sociedad catdlica, en cuyo. seno existen millares de individuos, que cuentan como nada el pasar toda su vida sin dar un solo signo de cato- licismo, sino es el de presentarse al templo una que otra vez. Pero dejemos esta digresion; entremos de lleno en la materia 4 que nos llama el asunto. No es extrafio que ningun hereje haya sido casto; no es de admirar que los campeones de la filosofia moderna tu- viesen sus queridas entre orgias nauseabundas; tampoco dudo en afirmar que la idolatria vuelva 4 cundir algun dia sobre la tierra: la doctrina de los sabios carnales condu- ce 4 estos extremos y 4 otros-mayores. Si no podemos
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