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cil es que despues de caer el hombre en un abismo, mire al cielo, y vuelva& respirar la luz de la gracia; testigo de esto es el jéven hijo de Tagaste, esclavizado entre las cadenas de los vicios hasta la edad de treinta y tres ailos; testigo es la Magdalena, las Aglaes, las Margaritas de Cortona, las Marfas Egipciacas, y otras muchisimas tan desventuradas en su mocedad por las multiplicadas caidas , como felices despues por su castidad y peniten- cia. Pero esto no es ordinario; conversiones de esta es- pecie son prodigiosas ; que unas almas se hayan revolcado largo tiempo en los lupanares de la lascivia y hayan po- dido elevarse despues como una esbelta palma hacia el cielo, dando de si frutos dorados de santidad y virtud, decimos con razon que es un prodigio de la gracia, y bien lo sabeis; Dios no esta obligado 4 hacer milagros para salvarnos; porque hizo uno admirable y estupendo, y fué el de tomar nuestra carne y padecer en ella por nuestro -amor; y no estando obligado 4 echar mano de medios extraordinarios cuando el hombre desprecia los genera- les que Dios plantedra desde el principio , qué ha de su- ceder al hombre? ,Qué 4 nuestra razon? Claro esta: os— curecerse de tal modo, que no pueda ver la luz del cielo. _ No nos fascinemos, amados mios, con ilusiones va- nas: el hombre pasa por diferentes fases dntes de tener un desarrollo completo en su raciocinio: la infancia y puericia son la época en que paso 4 paso va entrando el hombre en este vasto teatro del mundo, advirtiendo in- sensiblemente sus encantos y dulzuras aparentes, sin que hagan en su corazon una impresion violenta; luégo entra en una nueva era, la era de la mocedad y juventud, en que el espiritu tan pronto se agita entre furiosas olas como nave sin brijula ni gobernalle, tan pronto camina en calma, tan pronto se para deleitandose como en ameno hofizonte entre los engaiiadores halagos de la naturaleza florida que por do quiera le sonrie. Pasada esta edad se

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