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452 ria? ;Ah, sefiores! Si existe entre los que me oyen algu- no que se halle enredado en los lazos de los placeres sen- — suales, le suplico que no degrade su razon hasta el ex- tremo de apagar sus naturales resplandores; el cielo le muestra sin cesar la ruta que conduce hasta sus puertas; no se ponga, pues, un velo para no verla. No se me diga que hay luces en el hombre que, se mejantes 4 los cometas, se esconden por algun tiempo, y vuelven 4 aparecer mas tarde; no se prétenda tampoco afirmar que es compatible el despejo de la razon con los placeres sensuales ; pues la experiencia y la historia de la humanidad estan contestes en sostener lo contrario; y voy 4 aducir sus testimonios en prueba de ello. La razon humana, hija de la razon divina, cuando sale de manos del Criador es una luz purisima que debe crecer con el tiempo, viniendo 4 ser un gran globo ilu- minador, 6 una espesa columna de fuego envuelta entre nubarrones de humo. El hombre mismo ha de poner e} pabulo 4 esta flama divina; pabulo que podra ser de luz 6 de tinieblas, segun su propia obra. 4 No veis la enorme diferencia que existe entre los fuegos celestiales y los terrenos? No advertis que aquéllos, como formados de _ las exhalaciones, brillan sin despedir humo alguno , mién- tras éstos no toman cuerpo sino entre el humo y las lla- - mas? Es evidente que lo. segundo tiene qué suceder necesariamente, porque el fuego, antes de convertir en sustancia propia los objetos con que tropieza, expele de ellos todas las partes crasas y heterogéneas, hasta que, calcinadas todas, se conviertan en ascuas vivas; mas Si 4 un gran horno se le aplican incesantemente nuevos combustibles, incesantemente estard despidiendo torbe- llinos tenebrosos de vapores fétidos, quedando siempre encubierta entre ellos la primera virtud abrasadora. Si; confieso que es dable que las pasiones se apoderen de la razon por algun tiempo, y la enyuelvan en mil yerros; fa-

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