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tos; venid; gocemos de los bienes presentes; engolfémo- nos entre vinos vaporosos y deliciosos perfumes; coro nemos nuestras sienes con rosas, antes que éstas se mar- chiten; no haya prado alguno por el que no pase nuestra lascivia. Ninguno de nosotros quede sin parte de nuestra disolucion; dejemos en cada lugar sefiales de nuestra alegria, porque esta es nuestra porcion, esta nuestra suer- te; oprimamos al pobre, no perdonemosa la viuda, ni res- petemos las canas del anciano. Y sea nuestra violencia la ley de la justicia, porque lo que es flaco se reputa por inutil; creamos que nos es permitido, justo y licito cuan- to podamos hacer.» Si estos pensamientos nos hubiesen sido revelados por un hombre, apénas le dariamos cré- dito; pero Dios es quien nos los descubre, para que este- mos' infaliblemente persuadidos que no es posible lle- gar al puerto de la salud si nos arrojamos en el azaroso - Jago de la lascivia, no porque nos escasee la gracia de Dios, sino porque nosotros inutilizamos nuestras almas para recibirla, teniendo siempre detenido nuestro enten- dimiento, memoria y voluntad en los objetos que Dios mira con un 6dio implacable, por oponerse directamente a su santidad infinita. Asi es que la malicia del hombre carnal va creciendo por grados hasta formar un promontorio de crimenes, no de otro modo que se compactan y elevan algunos volca- nes por la aglomeracion continua de sus lavas. «Las obras de la carne estan patentes , dice el divino Pablo, como son: fornicacion , impureza, deshonestidad, lujuria, ido- latria, hechicerias, enemistades, contiendas, celos, iras, discordias, sectas, envidias, homicidios , embriagueces, glotonerias y otras cosas como estas,» las cuales de tal manera, ciegan al hombre, que, en sentir del mismo Apés- tol , «los que tales cosas hacen no alcanzaran el reino de Dios.» Razon tenia San Clemente Alejandrino para afirmar que la lujuria era la metrépoli de todas las iniquidades, TOMO Il. 29 eee ee Et

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