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es, y la causa no la busquemos sino en nosotros mismos; la causa es esa vana curiosidad con que esta animado todo el género humano; pues todo él, como el pueblo ateniense, parece no tiene otro empleo que buscar y sa- ber cosas nuevas. De aqui es que se ha enfriado en nues- tros tiempos la caridad, este amor fraternal que vincula a los mortales; de aqui es que apenas hay almas verda-— deramente virtuosas; hé aqui los efectos funestos de la curiosidad vana. Eetedms atentos. - Si: la vana curiosidad destruye el amor fraternal ; y en prueba de ello, examinad las obligaciones que impone el amor al prdjimo: no se le ha de amar simplemente, _ sino que hemos de profesar hacia él e] mismo amor que hacia nosotros mismos. Discurramos por todos los séres— visibles: ghay acaso alguno que sea mas amado que nos- otros mismos? Ama tiernamente el padre 4 sus hijos; ama la madre 4 los que son parte de’sus entrafias con un amor el mas grande que quepa en una criatura para con otra; amor justo, amor racional, amor que dicta la razon humana y la ley divina, y con el mismo amor deben ser ellas ar por sus hijos; y, sin embargo, por grande y eXcesivo que sea, nunca llegara 4 igualar el amor que cada uno tiene 4 si mismo, y este amor propio nos obliga 4 conservar nuestra existencia, nuestro honor y nuestra fama. ; Cuidado con insultar 4 este amor pro= pio! Tema el que se atreva 4 atentar contra nuestra vida 6 nuestra reputacion, pues luégo es tenido por un ene- migo. j;Oh! ;Qué cautos somos, aun tratando con los ami- gos mas intimos! ; Qué prudentes para no descubrir nues- tros pecados! ; Qué advertidos para no manifestar nues- tros defectos y 4un las faltas pequefias! ,No es verdad cuanto digo? Si, y apelo al testimonio que da 4 cada uno su corazon. Ludbgo si tanto ocultamos nuestro modo de vivir s6lo por el amor que nos tenemos, y si este mismo amor hemos de tener al prdjimo, ¢qué derecho alegare-
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