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‘ th en la Sabiduria que no demos nuestro honor 4 las muje- res, ni nuestros ailos 4 la cruel ramera; pues de lo con- trario, pasaran nuestras riquezas 4 casa ajena, y nos desesperaremos al fin, viendo nuestras carnes devoradas por el vicio, Wedes honorem, etc. ;Oh razon humana! Tu misma nos ensefias esta verdad, y no puedes desenten- derte de ella por mas que quieras materializarte en los. placeres. En tiempo de la civilizacion del Evangelio, dijera Eusebio «que la lujuria denigra la fama, destruye la hacienda y enerva el cuerpo,» y no tuvo necesidad de registrar este documento en las paginas sagradas. Lo ha- bia enseiiado ya Plutarco; lo sabia la Grecia; no lo igno- raba Roma, pues mandé que en los Atrios de Venus y en los vestibulos de todos sus templos se colocasen palas, azadones, féretros, mortajas y osamentas, para que na- _ die ignorase que 4 la prostitucion se sigue la enferme- _ dad, el dolor, la desesperacion y la muerte. _. Si fuéramos nosotros tan poco ilustrados como los paganos, yo seria de parecer que estos emblemas higu- bres se fijasen en todas nuestras calles, para ensenara los hombres lo que se les reserva despues de sus deshones- tidades. Pero no se han hecho tales emblemas para nos- otros; somos ilustrados, y sabemos que la lujuria destru- ye nuestro honor, nuestras riquezas y nuestra vida, la- brandonos aqui un infierno, castigo condigno al pécado que cometemos contra la sociedad y contra nosotros mismos: somos cristianos, y estamos convencidos que ni los fornicarios ni los adulteros han de poseer el reino de Dios. ‘ : _ {Quiera Dios que, avisados con las palabras divinas, evitemos los males anejos en este mundo a la vida im- pudica, y guardemos nuestros cuerpos sin corrupcion, para que puedan entrar un dia triunfantes y gloriosos en la patria celestial! Amen. *
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