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-que todos pronuncien solemnemente su anatema contra la impureza. El eddigo divino, los Doctores de la Iglesia, los hombres eruditos no han de salir 4 la arena, sino como otros tantos filésofos amantes de la felicidad tem- poral de los hombres, que les aconsejan ser castos para cumplir con los deberes que la vida social les impone, como otros tantos amigos que desean tener 4 sus herma- nos largos afios 4 su lado, disfrutar de su conversacion y amenizar sus dias entre las dulzuras,de una vida ino- cente. Las casas de prostitucion con sus infames mora- doras, los lechos de dolor do se desesperan infinitas vic- timas de la lujuria, las familias, las ciudades, las nacio- nes han de hablar por mi en este momento; yo no haré mas que referir lo que pasa en el mundo presente, y apa- recera que sélo el Espiritu divino pudo decir en dos pala- bras toda la infelicidad temporal del hombre deshonesto; se vera claro que su vida es un infierno continuado, y por fin quedard demostrado que todas sus desgracias en este mundo son una pena condigna del crimen que co- mete contra la sociedad y contra si mismo, considerado el hombre en relacion tan sdlo con sus hermanos y con su existencia ‘propia. Empecemos ya. Por mas que el egoismo de la filosofia carnal quiera ensimismar al hombre haciéndolo el fin ultimo y unico -de todas sus operaciones, nunca arrancar del total de la humanidad una idea sublime, profundamente arraigada enla masa del linaje humano. Consideremos al’ hombre como morador de la tierra. ,Para qué ha nacido? No ha venido al mundo para ser una fiera del desierto; existe para todos, no ménos que para si mismo: el mundo es una gran cadena, compuesta de muchos eslabones, que han de estar en contacto y union unos con otros para formarla; si se desunen, la cadena desaparece. La socie-_ dad humana es esta gran cadena; seria un absurdo decir que no necesitamos unos de otros; el rico necesita del

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