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43. dos por la carnicerfa como por la lujuria. No lo dudeis — porun solo momento: Dios, como habil arquitecto del edi- ficio humand, destruye sin cesar las partes falsas de esta obra, para que no se desmorone; asilo exige su providen- cia; 6, diré con el ilustre Salviano: asi lo exigen las luju- riosas costumbres de los hombres. «El lujo y la impudici- dad, dice este sabio, aceleré la ruina de los hijos de Car- tago; no queria Dios destruir esta ciudad todavia, pero ella y su pueblo instaron para su aniquilacion, aumen- tando sus abominables excesos.» Ahora quiero dirigir la palabra 4 los filésofos del si- glo xvi y 4 sus secuaces. ;Cuanto han clamado los ci= nicos contra la continencia! ; Cuanto han ultrajado la cas- tidad! |; Cémo han enganado alos hombres! Qué palabras las suyas tan halagiiefias y venenosas 4 la vez! Oidles: «La tierra , dijeron, es la mansion de las delicias; sus valles freidneos y sus montaiias pingiies, habitacion del hom- _ bre, asiento de ciudades populosas, moradas del placer, no tienen otros habitantes que las fieras. 4 Por qué se halla tan desierta la mayor parte del globo? 4 Por qué no ha de haber mids brazos para socavar los tesoros, y fundar ciu- dades, y labrar campifias? Enténces se aumentaran las riquezas, prosperaran las naciones, y creceran los goces del hombre.» Todo esto ha dicho la filosofia, para engafiar, no sélo-al pueblo rudo, sino a los mismos sabios. Pero ob- servad el tésigo que se esconde entre estas razones espe- ciosas. A continuacion sigue la ciencia incrédula exami- nando las causas de la despoblacion de la tierra, y despre- ciando las verdaderas ; toma las fementidas, «gQuién es la causa de que haya tan pocos hijos de Adan?» se pregunté a si misma con arrogancia. «El sacerdocio, el monacato, contesté. Esos hombres, que se privan de los placeres por el reino de los cielos;» y enténces elev6é su voz estentérea, amotinando 4 los pueblos, para que proscribiesen el ce- libato monacal como perjudicial 4 la prosperidad y au- Page