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estos lamentos, y concede 4 los condenados lo que le " piden; arrebatado en espiritu el Santo rey David, oy6 los - gemidos de los que habian sido muertos por los tiranos en odio de la Religion; «dad, Sefior, decian éstos; dad 4 nuestros enemigos siete veces duplicada la pena que nos han infligido; venga, Sefior, la sangre de tus siervos que ha sido derramada. Vindica sanguinem qui effusus est.» Piden & Dios venganza; y, sin embargo, gqué les hicie- - ron los tiranos? Les quitaron la vida del cuerpo; pero con su espada les abrieron las puertas del cielo, labran~ doles la corona de la eternidad; mas debieron, dice San Agustin, 4 la espada del verdugo que’ los degollé, que 4 - los pechos de la madre que los alimentara;, y si éstos gritan de este modo, 4qué maravilla sera que pidan ven- ganza los condenados por los penaiaione que los promt _ pitaron al infierno? jAy del escandaloso! ; Ay de aquellos que dejan caer en sus conversaciones algunas palabras de ateismo! j Ay - de aquellos que ahogan los remordimientos en las perso- nas timoratas, de aquellos que en sus conversaciones no hablan sino deshonestidades, propalando que la luju- ria y los placeres sensuales no son sino una consecuen- cia natural de la naturaleza humana, porque no son los hombres espiritus, sino carne! ; Ay! repito: ; qué brami- - dos tan horribles resuenan en el abismo contra vosotros! Yo los oigo gritar y decir: «jDios de las venganzas, acor- daos, Sefior, de la ley que impusiste de pagar alma por alma, diente por diente! No quede impune la maldad de aquellos que con sus doctrinas y ejemplos nos han traido a este lugar de tormentos; dadnos, en medio de nuestra desesperacion, el alivio de ver nuestras penas multipli- cadas y agravadas sobre aquel que nos las causé.» Asi gritan continuamente aquellas almas, instando al Juez supremo 4 que oiga sus clamores, pues aunque sean con- denados , sus quejas son muy justas. Y quién duda que TOMO II. 3
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