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“cual no permite que nuestras plazas y calles sean manchadas con aquellos excesos de que fueran culpables las naciones antiguas, en las cuales no se conocia el pu- dor en las mujeres ni el honor en los hombres. Hay, pues, en lo esencial y accidental de estos excesos la vergiienza intrinseca que procede de la naturaleza del crimen, y reside en nuestra propia conciencia como en su propio santuario, y la vergiienza extrinseca, que tie- ne su asiento en el espiritu de aquéllos que nos pueden ver; razon porque dijera Séneca que debiamos obrar siempre como si tuviéramos un testigo de nuestras ac- ciones. Pero si desaparecen de la sociedad estos senti- mientos de honor individual y publico, gqué excesos no se _cometeran? Al llegar aqui, no puedo ménos de alzar el - velo que encubre las abominaciones de los disfraces; se encubren las personas de ambos sexos; pero 4 pueden ocultarse del todo? El hombre y la mujer, gno tienen acaso un exterior, unos gestos, unos modales, una voz, un modo de andar que los caracteriza y distingue siempre, por mas que se quiera fingir? ,Podra haber una trasfor- macion exterior que engaiie? No; la naturaleza no sufre violencias; 4 pesar suyo, los enmescarados son conoci- dos; sus modales y maneras les hacen traicion; lo que se encubre y oculta es el rostro, esa expresion de nuestra razon, ese espejo de nuestras almas, esa copia de la ra- zon divina en accion, y es encubierto para que no apa- ‘rezca la turbacion de nuestra frente, el sonrojo de nues- tras mejillas, que son los precursores del crimen, que asoma su cabeza infernal; y teniendo asi encerrados en- tre sombras los indiclos de nuestro honor, gqué ha de re- sultar? ; Ah! Demasiado lo saben todos: enténces se ha- cen las declaraciones amorosas; entdnces la licencia co- bra alientos y se ejerce con toda latitud; enténces entra el reinado de la confusion, porque la vergiienza se retira.

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