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a é 8 ‘ cion del pecador. Si, mortales; los derechos de la Divini- ~ dad son inmprescriptibles é inalienables; podran ser vio- lados, mas nunca defraudados 6 anulados; nuestros ho- menajes le son debidos, y cuantas veces se los negamos, pretendemos arrancarle el derecho de soberania. Supues- to, pues, que la voz de la razon llega sin cesar al oido del hombre y le demuestra que es obra de Dios y hechu- Ta suya, gqué consecuencias sacaremos de aqui? Que cuanto tenemos y somos se lo debemos 4 Dios, y por con- siguiente lo hemos de referir 4 El; todo viene de Dios, luego todo ha de volver 4 £1; Dios es el origen de todo, luego El ha de ser el fin y centro de todo; y de este ra- ciocinio ninguno esta exento, ora que el hombre se ofrez- ca 4 su Dios en las aras del amor, ora que, por una malig- . nidad propia del espiritu infernal, conciba ddio contra su Bienhechor, nunca podra eludir la fuerza de esta verdad que existe permanentemente grabada en su espiritu: si en este mundo, abusando de la libertad, contradice 4 la ley de su Dios, un siglo vendra en el cual conozca que todo lo hizo Dios por la gloria de su Divinidad, y que si el im- pio niega 4 Dios esta gloria en los dias de su misericor— dia, se la tributara forzadamente en el dia malo: Propter semetipsum omnia operatus est Dominus impium autem in diem malum (Prov., xvi, 4). Asi es que el Padre San Agus- tin, dirigiéndose 4 cada uno de los hombres, les dice que si bien el hombre puede disponer de cuantos séres hay en la tierra, pero sdlo de su alma no puede disponer, pues — ésta la debe 4 su Dios; dueifio absoluto de su albedrio y de sus acciones, no son suyas éstas, sin embargo, pues las debe consagrar todas 4 la ley de Dios: Wihil magis. tuum quam tu, et quid minus tuum quam tu? 4¥ qué dire- mos si afadimos a esta voz de la razon el mandato ex- preso del mismo Dios? gQué, si consideramos que, ha— biendo sido esclavos del demonio, Dios nos rescaté com— prandonos con un precio grande, con el precio de la san-

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