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pero, aqué sabios son éstos? Hombres que creian que debian 4 si mismos los pocos conocimientos que tuvieran; hombres orgullosos, inflados, sin misericordia, sin fé pi- blica, mendaces, amantes de si mismos, como los deserjbe San Pablo; fueron sdbios, pero sabios carnales y voluptuo- ‘sos; sabios sin principios y sin objetos; sabios... |Ah! Voy 4 describirlos con las mismas palabras de un incrédulo: « Constiltense los libros de estos sdbios, dice el filésofo de Ginebra, y én sus opiniones los vereis altivos, afir- mativos y 4un dogmaticos en su escepticismo; nada ig- Moran, nada prueban, se burlan unos de otros, tinico punto en que tienen razon ; triunfantes cuando atacan, no tienen valor para defenderse; si se pesan sus razones, no valen mas que para destruir; si contais sus pareceres, cada uno esta reducido al suyo.» Esto decia aquel filésofo del siglo pasado, que hubiera querido sorberse la sangre ~ -de aquel otro su rival, que sembraba en la tierra las doctrinas que han alterado la paz y dicha del mundo. 4 Quién no lo advierte? Ni los sabios paganos, ni los he- rejes, ni los incrédulos, ni los racionalistas , han estado jamas acordes en sus doctrinas ; toda su vida ha sido una cadena de animosidades ; cada cual ha tenido su opi- nion y ha querido que prevaleciese, llenando de denues- tos al contrario, tratandolo de ignorante, de estripido, de irfacional . Leed la historia, y vereis que no me dejaran mentir ni Simon Mago, ni Pelagio, ni Prisciliano, ni Be- rengario, ni Lutero, ni Calvino, ni Quesnel, ni Servet, nitanto materialista, deista 6 incrédulo como ha habido despues, los que no quiero nombrar , por no profanar el lugar sagrado donde me encuentro. Entte'tanto, permitidme hacer una observacion ra= cional y justa. Mirad esa turba innumerable de docto- res, de jurisconsultos, de fildsofos, de historiadores , de moralistas, dé legisladores y tedlogos; es un ejército que marcha en batalla, saliendo al frente al enemigo, sin de-
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