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que 4 principios de esta centuria cogié’4 un hombre por la mano y le sirvié de vara de hierro para azotar 4 Reyes y pueblos que habian hecho la guerra al Vicario de Cris- to, 4 la Religion y 4 los sacerdotes; y despues, habién- . die" mismo ministro de sus venganzas convertido en perseguidor de la Iglesia, en humillador de sus Obispos_ y en verdugo y carcelero del Papa, lo lanzé en su ira, ha- ciéndole ir 4 parar 4 un peiion solitario, cerca de los sal— vajes del Africa. Ese es el Sefior, que vive y reina para siempre, para quien «las naciones son como la gota que se desprende de un balde de agua, como el grano imper- ceptible de una balanza; para quien las islas del mar no son sino un globulillo de polvo. (Isa., cap. xt, vers. 15.) Oida esta doctrina, bien comprendeis, mis amados oyentes, qué piadosa, qué justa y qué misericordiosa es la economia de Dios en enviar castigos 4 los hombres. Cuando nos envia sus azotes, son éstos un castigo para los buenos y para los malos; pero hay una gran di- — ferencia entre éstos y aquéllos , pues son para los prime- ros un aviso de amor, y para los segundos un signo de ja ira extrema. «Contempla, dice el sabio Origenes (Ho-. mil. 8, super Hvrod.), \a misericordia, la piedad y la pa— ciencia del Dios de bondad: cuando quiere tener miseri- cordia, dice que se enoja y se indigna, como lo hacia cuando por medio de Jeremfas (cap. v1) decia 4 Jerusalen estas palabras: «Seras castigada con azotes y con dolores, »para que mi alma no se aparte de ti.» Esto decia Orige— nés, demostrando que la mayor desgracia y el mayor cas- tigo que Sobreviene al hombre es no tener aviso alguno del cielo, y dejarle que viva contento y satisfecho en me- dio de sus: iniquidades, Oigamos lo que con tanta elegan- cla como verdad nos: dice San Agustin sobre esta sagrada economia de Dios, para que sepamos el provecho que hemos de sacar dé los males Publicos y privados que : tengamos que padecer. -
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