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539 regulador de las acciones, y que la existencia de ésta de- pende de la voluntad de aquél. Para el racionalismo, el Estado es un sér tan sdbio y tan inteligente, que no pue de engafiarse en nada de lo que dispone para sus stibditos. Tan lleno de si mismo, tan inflado y tan altivo esta el racionalismo, que cree que no es capaz de engaiiarse ni equivocarse. Asi lo dice él; pero yo afiadiré lo que el ra- cionalismo quiere decir , aunque no lo diga: quiere decir, pues, que el racionalismo es tan orgulloso, tan soberbio y tan contumaz en su rebelion contra la verdad, que si bien puede errar y yerra 4 cada instante, no puede conocer que se ha engaiiado, porque la soberbia pone una venda delante de sus ojos; y mucho ménos confesarlo, porque tendria que hacer un acto de humildad, lo que es impo- sible 4 todo el que con orgullo satdénico intente ser como Dios. Hé ahi, pues, a qué se reduce la omnipotencia y la plenitud de saber del Estado adobado por el racionalis- mo: & no querer confesar que es deleznable y miserable como loson los hombres, porque en su orgullo ha querido él mismo hacerse Dios. Cosas raras é inauditas estamos oyendo en estos tiem- pos, mis amados oyentes. jEl Estado infalible! ; El Estado que no puede errar! No parece, sino que el Estado racio- nalista tiene envidia 4 la prerogativa que Jesucristo con- cedié 4 su Vicario de ser infalible cuando, como Maestro universal de la Iglesia, ensefia 4 ésta la fé y la doctrina. j Vaya! Desde que el Concilio del Vaticano ha declarado que es dogma de fé esa infalibilidad, todo Estado pre- tende ser infalible, aunque sea cuando manda derribar templos y expulsar de sus dominios 4 los sacerdotes, 6 abusar del crédito publico. ; El Estado inerrante y sin poder equivocarse! Yo os explicaré lo que hay en este particular, y lo haré por via de digresion. Mas de una vez habeis oido 4 los predicadores, al ha- blar de la indiferencia con que los hombres miramos el nee

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