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unos 4 otros para no ir sino 4 los lugares mas distingui- dos; para ellos es necesario un orador de fama, que reuna todas las cualidades fisicas y morales; si no encuentran los que desean, luégo abandonan el templo, ménos pri- vilegiado para ellos que el mismo teatro. ;Bien se echa de _ ver que tales hombres no desean sacar fruto de la pala- - bra divina, sino placer y diversion! ;Ah! En otro tiempo sucedia otro tanto al pueblo de Israel. «jOh Ezequiel! decia Dios 4 este Profeta; los hijos de tu pueblo se ha- blan unos 4 otros, y se dicen vamos é oir; vienen 4 ti * como si fueren a rodear 4 un personaje teatral; tu voz es oida por ellos como una musica deliciosa que halaga los oidos y causa entretenimiento; tus palabras, en fin, son una dulce melodia, es¢ eis quasi carmen musicum (capitu- lo xxi); no esperes fruto alguno de hombres semejan- tes, pues no oyen mi palabra, sino la tuya.» Ved aqui, amados mios, descifrados en pocas palabras los motivos que conducen al templo a los fieles de nues- tros dias ; motivos humanos, motivos de interés. No se — viene 4 recibir el pan de la palabra divina, sino 4 encon- trar lo que deleita nuestros sentidos, de modo que pudié- ramos decir 4 los hombres de nuestra edad lo que Jesu= cristo decia 4 los judios: «En verdad os digo que me bus- cais, no porque habeis visto los milagros que he obrado, sino por los panes de que os habeis saciado.» Queritis me, non quia signa vidistis. (Joan., vi, 26.) No se busca en los ministros del Evangelio la uncion que han recibi- © do del Espiritu Santo para reprender el vicio y encomiar la virtud; quisieran los hombres de nuestra edad que fuésemos tan apologistas de las opiniones relajadas y cor- ruptoras en la teoria, como ellos lo son en Ja practica: Queritis me, non quia signa vidistis ; quisieran que en nuestros discursos usasemos de los artificiosos rodeos con que los hombres profanos introducen el veneno de sus doctrinas en los corazones incautos ; desearian que no

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