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Esto no es oir la palabra de Dios como palabra de Dios, y de este modo no puede hacer fruto en vuestras almas. De aqui sucede que, en vez de aplicarse 4 si mismo lo que se ha oido; en vez de considerar el estado fatal de nuestras conciencias, fijamos nuestra imaginacion en el hombre que habla, no en el Dios que predica por medio de sus ministros; y no digamos que este vicio ha cun- | dido entre los hombres llamados despreocupados, sino que casi toda la sociedad adolece de este mal , gracias 4 esa fementida y falsa ilustracion del siglo en que vivi- mos. En nuestras solemnidades , en nuestras reuniones _ religiosas, se llenan todos los angulos de los templos; creeriamos, al ver tales concurrencias, que los fieles vie- nen 4 oir la voz de su Dios, y nos engailamos, pues sélo pretenden dar pabulo 4 su entendimiento. Afiddase a esto que, distraidos los hombres de nues- tro siglo del tinico objeto que debiera ocuparlos, que es Ja salud de su alma, no piensan sino en saber cosas ‘muevas; no se contentan los genios frivolos de nuestro siglo de haber innovado todo io que establecieron las ge- neraciones pasadas, sino que quisieran que la Religion, que procede de un Dios inmutable por esencia, estuviese sujeta a las influencias de los caprichos humanos; el ora- dor sagrado que repite é inculca 4 su auditorio en las co- — sas de la {6, sin acomodarse 4 los modales del siglo de la razon, es juzgado por un fanatico; seria preciso en nues= tros dias poseer la palabra de un Demdstenes, la dialéctica de un Ciceron y la imaginacion de los poetas, para agra- dary convencer @ los que se glorian de seguir las huellas © del Dios del Calvario; en una palabra, se ven rodeadas las catedras de la verdad por hombres curiosos. jAh siglo ‘infatuado! Me parece, amados mios, al considerar esto, que la tierra'teda se ha vuelto un Atenas, como en tiem- po del Apdstol; bien sabeis lo que San Liicas dice de esta ciudad y sus moradores: «Los atenienses , dice este Evan-

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