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‘un momento de dirigir su palabra 4 los mortales hasta que, llegado el tiempo de nuestra reparacion, nos hablo por medio de su Hijo bien amado. Tenemos, pues, amados mios, cémo la salud eterna, la felicidad de las naciones y de los individuos que las componen, consiste en escuchar con docilidad esta pala- bra que el Sefior nos. dirige sin cesar. ;Ah! Si Adan hu- biese sido décil 41a palabra de Dios, que le mandaba abs- tenerse del fruto vedado, jde cuantos males hubiera pre- servado 4su descendencia y Asi mismo! Todo es perdido euando se cierran los oidos 4 esta voz del Sefor, y por esto, no sin razon, los Padres de la Iglesia afirman que el oir con gusto la palabra divina es una sejial manifiesta. de predestinado. Cuando oimos la palabra de Dios en los templos, goimos acaso la voz del hombre, 6 la voz de Dios? Serfa un error el creer que el ministro de la Reli- gion habla por su propio dictamen; no, amados mios; Je- sucristo no nos enseiié sino lo que oyé de su Padre: Que. . audivi a Patre meo, hec loquor in mundo (Joan., vm), y este mismo Sefior confesé a la faz del mundo que habia ensefiado 4sus Apéstoles todas las palabras que su Padre le habia dado: Verba que dedisti mihi, dedi eis. (San Juan, xvit.) En este supuesto, los ministros de Jesucristo, revestidos con el caracter de evangelizadores suyos, no hacen sino cumplir los mandatos desu Maestro; gy cOmo podriamos de otro modo tener fuerza ni valor para re= ~ prender vuestros vicios, ni 4un para daros consejos sa- Iudables, si no nos constase por los divinos oraculos de la legitimidad de nuestra mision, sabiendo por la boca del mismo Jesus que el que nos oye oye al mismo Dios, y el que nos desprecia vilipendia al Redentor? Ahora, pues, para que sepamos si se oye la palabra de Dios con un corazon décil, examinemos cuales son las disposiciones de nuestro corazon;}no se oye la palabra de Dios con docilidad cuando se viene al templo por mo-
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