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94 de tiempo en tiempo algunos rayos de luz al alma peca- dora para que vea sus extravios; y cuando ésta persiste en la maldad ; cuando, obstinada, desprecia los auxilios divinos, enténces Dios la abandona del todo, quedando ella envuelta en densas y pavorosas tinieblas. Del mis- mo modo que el sol, al trasmontar los limites de un hemis- ferio, no lo deja repentinamente en una oscuridad com- pleta, sino que, por los reflejos de sus rayos , presta por algunas horas su luz al caminante, hasta que, alejandose demasiado, desaparece todo vestigio de luz y queda el mundo enteramente entregado al silencio de una noche ‘profunda. Ent6nces, repito, llenada la medida de la mi- sericordia, Dios sustrae al hombre la gracia, es decir, aquellos auxilios eficaces con que el hombre vence al mundo, al demonio y 4 si mismo; no porque Dios endu- rezca directamente el corazon humano; no porque in- funda en él la malicia, sino porque, segun San Agustin, se ve precisado 4 negarle la misericordia. Se obceca el en- tendimiento, para no andar sino entre las tinieblas; se obstina la voluntad, para no seguir sino los dictamenes de la carne, y esto es un abandono fraguado por el mis- mo hombre, y al cual no llegdra si correspondiese a la gracia. : Fundados en esta doctrina, gpor qué nos hemos de admirar cuando vemos hombres inveterados en sus peca- dos , hombres encanecidos, que se revuelcan en el lecho - inmundo de los vicios, sin volver una sola vez al cielo sus miradas? gPor qué sorprendernos al contemplar la insaciable avaricia que amontona el oro que la tierra ha de consumir y que es preciso dejar en este mundo? 4Qué admiracion podrd causar el leer en las historias los in- numerables excesos perpetrados por los ambiciosos, quie- . nes, por llegar 4 realizar los deseos de su corazon, han abusado de los hombres, tratandolos como 4 las bestias, y sacrificandolos , ya en los campos de batalla, ya en las
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