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90 : ros publicos, 61 sefior, él noble, él titulo. Y ;el pueblo? Se quedé pueblo, siempre victima de las nuevas doc- ‘ trinas. — ; En vista de esto, no es extrafio, que haya hombres, para quienes el concilio ecuménico que va 4 celebrarse, sea una pesadilla que les quita el suefio, una sombra que los persigue. Temen y tiemblan, y tiemblan con razon. jPues qué! ;Podra el conciliv pasar por esas doc- trinas de libertad de los pueblos, en las cuales se les | autoriza 4 levantarse contra sus soberanos, llamando -asuntos politicos que no entrafian delito, ni erimen, ni pena, las rebeliones 4 mano armada, de las cuales se siguen asesinatos, robos, estupros, depredaciones, viu- deces y orfandades’? gPodré dejar de lanzar una mirada escudrifiadora 4 esas doctrinas del antiguo ce- sarismo, resucitadas de nuevo con pretextos infunda- dos, en virtud de las cuales se quiere que los obispos sean como unos sacristanes del poder y de sus delega- dos, que las rentas de la Iglesia, y de los lugares pios entren 4 formar acervo con las de la nacion, que con ellas se hagan naves y maquinas de guerra, alegando el derecho de la nacionalldad, prometiendo compensa- cion é indemnizacion, y dejando luego 4 los templos sin culto, 4 los Pastores sin tener que comer, y 4 los lugares pios sin amparo? ;Podraé consentir que se lla- men principios salvadores, 4 esos que se han publicado por todas partes, y han llevado al sepulero mas hom- bres en diez afios, que los que morian antes en diez guerras generales, y convierten 4 cada instante en campamentos atrincherados las ciudades, y en reductos las moradas del ciudadano pacifico? Razon muy sobrada tienen, para estar sombrios sobre lo que va 4 aprobar 6 condenar el concilio: razones en demasia se presentan al concilio, para no dejar sin cor- reccion esas doctrinas disolventes, que han admitido

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