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eee 4 Ph rb } gers rere hts pareease eaeticeheriem ated a ern eee eerie marta ieaeea eee aaae 38 bienes y rentas eclesidsticas, ino hasta los sinsabores, imaginarios por cierto, del ministerio; es tan conocido de todos lo envilecedor de esas dignidades, que ni vie- nen de donde debian venir, ni residen donde convenia que residiesen, ni Je caen bajo ningun concepto al hom- bre que intenta tener delicias nupciales v cargas episco- pales, por repelerse estas mutuamente, que aun el mas ageno de la historia de la fe se rie al oir que hay tales obispos. No hablemos pues de esos pobres hermanos, que no conozen lo grande que es, el formar con ese ejército de santos obispos que se agrupan al lado de Pedro, donde si el gran Obispo de todas las almas_ se dignase tomar lista, empezaria por Andrés, Juan, Santiago, Mateo, Bartolomé, y sus otros condiscipulos, continuando por Ignacio, Policarpo, Agustin, Ambrosio, Cirilo, Ilde- fonso, Isidoro, Braulio, Anselmo, Tarasio, Julian, Tomas de Villanueva, Bossuet, Fénelon, Cisneros, Ca- no, Toribio, Zamarraga, Palafox y cien Tail mas, mien- tras que ellos no formarian sino en los pelotones de — a Eusebio y sus adherentes, de Nestorio, de Macedonio, de Sergio y Pirro, y compafiia de intrigantes de la cérte de Heraclio, Photio, y Miguel Cerulario, y de algu- nos cuantos cortesanos, 4 quienes agradé mas hacer la voluntad de un rey, 6 plegarse 4 las razones envenena- doras de alguna princesa, que cumplir con la voluntad de Dios, y someterse 4 su yugo. El caso es, que hoy dia, asi como hace ya muchos siglos que esta sucediendo, to- dos los obispos del orbe catélico, y por consiguiente los tinicos, que pueden llamarse 4 boca llena: verdaderos obispos, obispos sucesores de los apéstoles, estén todos con el sucesor de Pedro, y se hallan prontos 4 morir, antes que separarse de esa Tarpeya divina, donde Cristo fundé su Iglesia. En esta época, por tanto, tan semejante 4 la del ar-
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