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we eee W5 34 ciaba de los muchos dioses de Roma, sino en haber teni- do virtudes que ellos no tuvieron, » mas saber que Es- eulapio para curar, que Apélo para civilizar y atraer 4 las gentes, que Mercurio para hablar, y que Neptuno para mandar sobre las aguas. El sistema de Arrio, no solo deshonraba 4 la Iglesia, 4 los Martires, 4 los Apés- toles, 4 Dios, 4 Jesucristo y 4 su Madre, sino que ten- dia 4 la aniquilacion de todo eso: porque en realidad, si era verdad lo que pretendia este monstruo de here- gias, mas valia que no lubiese Dios, que no el Dios de Arrio: Dios sin verdad, que habia dicho 4 los patriareas, 4 los profetas, al linaje humano, que enviaria 4 su Hi- jo, y al fin nos enviaba 4 uno que no tenia sino apa- riencias de hijo, siendo en realidad una criatura: Dios sin justicia, pues despues de haberse mostrado ofendido infinitamente, y de haber condenado al hombre 4 pena y muerte eterna, se daba luego por satisfecho con la satis- faccion que le daba otro hombre, que valia tanto como los demas por ser criatura. La heregia de Arrio era el caos moral del mundo, el baldon de la razon increada, la apotedsis de satanas, la divinizacion de ia razon huma- na, la ignominia de Cristo, el desdoro de su Madre, la dementacion del linaje humano, la aniquilacion de Dios. En medio de la confusion espantosa que produjo esta herejia resond una voz universal. A concilio, se decia — por todas partes: 4 concilio, para que los obispos reuni- dos condenen el error y al heresiarea. Este grito fué rapido, instantaneo y de efectos portentosos: 4 los diez afios de haber empezado el heresiarca 4 difundir sus errores, la Iglesia habia celebrado ya varios concilios,. ora en Egipto, ora en Roma, juntandose por fin los obispos de Oriente y Occidente en Nicea, para condenar al heresiarea, y publicar el simbolo de la fe que servi- ria de norma 4 todos los obispos y 4 todos los fieles. Grande era el conflicto, grande la crisis en que se halla iieibiains siicnitmiind Poe ee be a sialic i i ssi és