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28 que la guerra de Troya, trajeron 4 Occidente entre los. retazos de los recuerdos gleriosos de una historia de combates de noventa afios, errores, vicios, abominacio- nes, deslealtades, lujo, poca honestidad, desmoralizacion, y gérmenes de rebeliones. No valieron las cruzadas para echar al islamitade Salen y sus contornos, y hubo que llamar 4 otros cruzados para dominar 4 maniqueos, albigenses, y petrobuisianus, beguardosy beguinas, y otros mil imitadores fieles de los circunceliones de la Numidia en el siglo cuarto. Hubo reyes que se quisie- ron saborear en los bienes de los monges-soldados, y no les cost6 mucho trabajo encender hogueras por todas — partes para exterminarlos: los hubo tambien, que qui- sieron hacer stibdito suyo al que Dios hiciera soberano independiente: y si esto fué una especie de segunda edicion de los setenta afios de los hebreos en las ribe- ras del Eufrates, el desenlace presenté las escenas de los que con espada al cintu edificaban los muros de Je- rusalen, y suspendian sus trabajos para pelear contra Sanabalat y sus demas enemigos. Cismas de cincuenta alos, disputas sobre supremacia, cuestiones de cosas, juzgadas desde que Jesucristo dijo 4 San Pedro que apacentase 4 corderos y ovejas, levantamientos de una autoridad menor contra la mayor, contra la fuente, contra la raiz de toda autoridad, todo esto se vié en las — regiones de Occidente. No hay que nombrar 4 nadie: con decir invasion de drabes, cruzadas, edad media, y feudalismo, se expresa el epitome de un tejido interminable de crueldades, de martirios, de barbarie, de ignorancia, de despotismo, y de errores. No hay que sudar mucho, para saber la causa de haberse tenidy en esa dilatada serie de tiem- pos tantos concilios ecuménicos. Era necesario compri- mir 4 los tiranos, animar 4 los fieles, proscribir la in- moralidad de costumbres, dirigir 4 los soberanos,

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