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se presenté él gran libro, y se reunidé cl venerable sena- do, representéndose siempre la misma escena, la escena de la humillacion del entendimiento humano ante el acatamiento de Dios, la confesion paladina de que nada puede el hombre sin el auxilio del Cordero de Dios, y entonces se ha abierto el libro, porque el Cordero de Dios se ha colocado en medio de los ancianos: la ver- dad ha brillado, el error ha sido ‘condenado, se ha tributado honor y ‘gloria 4la razon divina, eter- na é inmutable, se ha impuesto silencio 4 la razon del hombre, insolentada y alzada contra el cielo, conclu- yendo la asamblea con levantarse de sus asientos los ancianos, deponer sus coronas, arrojarlas 4 los piés del - Cordero, tomar en sus manos liras, y citaras, y arpas de oro, cantando todos con santa alegria y diciendo: Digno eres, Sefior, de tomar el libro'y abrirlo, porque fuis- te muerto, y nos redimiste para Dios en tu sangre, y nos hiciste reinar con nuestro Dios y reinaremos sobre la tier- ra. (1) Esto ha sido siempre un concilio ecuménico; Pedro, y los apéstoles presididos por él, y despues de él sus sucesores y los obispos unidos 4su cabeza, pidiendo al Espiritu Santo que los ilumine, y los fortalezea para anunciar la verdad, asentarla cada vez mas, y destruir los errores: y el Cordero de Dios abriendo el libro ante los ojos de los que el Espiritu Santo ha puesto para gobernar su Iglesia, y estos unidos todos en unidad de fe y en caridad ensefiando, decidiendo, sancionando, condenando. y confirmando 4 los *fieles: 4 los fieles, cuya piedad y santa alegria en esas solemnes ocasiones no parece sino que describe el mismo apéstol en su revela- cion, cuando dice, que oyé una como griteria inmensa de todas las criaturas que habia en el cielo, en la tier- ray enel mar, que decian despues de la escena de los (1) Apoc. cap. 5. v. 10,
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