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xur _ ho Pontffice, como Sacerdote sumo y Vicario de Cristo, y “om rey temporal de los estados de la Igtesia? Creemos que los moti- vos que hoy dia tiene la cristiandad para desear que haya un Con- cilio ecuméaico, son de mayor importancia religiosa y social que cuantos se han podido tener en épocas pasadas. Hay ciertas ac- tualidades, que no se parecen sino 4 si mismas; y si se pretende encontrarles alguna analogia, es preciso recorrer muchas séries de tiempos. Las actualidades de nuestra época apenas tienen analo- gia sino con otras muy atrasadas, que lo eran de transicion. La humanidad ha empezailo 4 marchar con paso fuerte: al poco esa marcha se ha vuelto veloz. El movimiento crece; los hombres sa- ben dénde han comenzado; pero de seguro que todos ignoran don- de ira & parar el movimiento} y no tiene este sino dos extremos: 6 el apogeo para detenerse, segun es ley de todo sér limitado, 6 el abismo para concluir, segun tambien es ley del sér que se empefia en ir mas all4 del limite que tiene. Se aguarda con dnsia el concilio, y no lo extrafiamos, porque todos pueden saber que ha tenido un heraldo que le ha precedido, y tambien nos atrevemos 4 decir, que ha tenido ademas un profeta que lo ha anuneiado. ;Quién ha sido este? ;Quién aquel? Diremos quién es el profeta, sin dar mds valor 4 nuestro aserto que el que le corresponde como 4 un monumento literario, el cual siempre es digno de respeto por la materia de que trata, y por el autor de donde deriva, introduciéndolo en nuestra disertacion, mis como objeto de ornato que como argumento necesario; y tambien publi- caremos el nombre del heraldo, sin que pretendamos inspirar 4 nadie una conviccion, sino decirle que asi lo opinamos. Hace ya doscientos afios que espiraba en el Tirol un sacerdote venerable, 4 quien sorprendié la muerte cuando estaba escribiendo un comentario sobre el Apocalipsis. Habia esplicado ya el capi- tulo décimo, en el cual nos dice el evangelista San Juan, que un Angel se le aparecié teniendo un libro abierto en su mano, y que clamé en alta voz, como cuando ruge un leon; al poco, afiade, que una voz del ciele ordené que tomase el librito de mano del Angel y se lo comiese, lo que hizo, sintiendo en su paladar mucha dulzu- ra al devorarlo, y despues de haberlo tragado, un amargor terrible, Muy singular es lo que se dice en el comentario sobre estas

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