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y mientras los b4rbaros del Norte se civilizaban, y sus grandes capitanes se iban haciendo reyes de los pueblos canquistados, ne- cesariamente las ciudades se erigian en repdiblicas menores, y unas tenian la vida municipal, otras la seiiorial, siendo todas en resumidas cuentas, unas monarqufas menores que tenian vida propia. Pero mil y mil causas iban contribuyendo poco & poco 4 la ahexion paulatina de ciudades 4 ciudades, de provincias 4 pro- vincias, hasta que se formaron esas grandes é imponentes monar- quias. Entre tanto, lleg6 tiempo en que para robustecer la na- cion y darle unidad compacta y fuerte, los monarcas se vieron precisados 4 desposeer 4 las ciudades de los privilegios, que, por efecto de las circunstancias excepcionales por donde habian pasado, les habian concedido sus mayores, poryue abusaban de ellos, con- centrando en si mismos la autoridad, y centralizando enuno todos los poderes para dar mayor vigor 4 la nacion. ¥, gquién est& tan atrasado en la filosofia dela historia, que no sepa que esta concentracion del poder vino 4 ser una necesidad imprescindible en varias ocasiones por espacio de ocho siglos? Las irrupciones de los arabes, las guerras de los albigenses, la veni- da. de los cruzados, que iban 4 Jerusalen llenos de piedad, y vol- vian 4 su pd4tria, inflados con: mil infulas y corrompidos con mil vicios, jné eran motivos poderosos para que los reyes aVocasen 4 sus personas todos los poderes, y fortificasen la vida mondrquica por medio de la centralizacion, para salir 4 combatir con probabi- lidades de buen éxito 4 los enemigos extrailos, y contener en su deber 4 los grandes y nobles, 4 los caballeros andantes del Orien-— te, y & todos aquellos que se insubordinaban? ;Qué hubiera sido de las monarquias europeas, cuando Carlos I. reinabaen Espafia, y Francisco I. en Francia, si no hubiesen concentrado esos monar- cas el poder en sus personas, al ver que cruzadas de doscientos mil fandticos iban publicando la rebelion como un derecho de los pueblos, y que estos se lanzaban 4 las batallas con el furor de las vacantes, enardecidos con los dicterios contra el Papa y los otros soberanos, que salian de los labios elocuentes, -pero infernales, de Siscka, de Juan de Praga, de Lutero, de Beza, de Zuinglio y otros? Lejos esté la Iglesia catélica de haber tenido que obrar asi: ella no ha encontrado provincias ya formadas, sino que las ha ido for- ss ta tae eaaialt leoteatee tz SR ag ode beat ea a
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