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Pee ay eee Pens XxvI monarquia de los griegos, y alli no hay mas consejo que el rey y sus generales, compafieros de armas y de victorias; mfis tarde se forma el imperio romano, y alli no hay mds que una voluntad y esta es de hierro, ejecuténdola en todas partes con dureza de bronce los prefectos y los cénsules. Asi, se vé caminar al gobierno de los pueblos de una fase en otra, y las monarquias unas veces aparecen mfs suaves y moderadas, y otras se manifiestan con des- potismo y hasta con fiereza sanguinaria. Sucede al revés con las monarquias fundadas con la influencia del cristianismo, no obstan- te que en ellas sé encuentran cambios y peripecias, cuyo origen hay que buscar tan solo en las pasiones humanas, no contenidas _ por la humildad y paciencia cristianas. Los primeros monarcas eran unas plantas que habian erecido bajo la influencia del imperio romano, que se despedazaba y se convertia en ruinas; despues vi- nieron otros educados ya con la leche de la doctrina santa de la Iglesia; despues crecieron los reinos en extension, en pujanza y en riquezas, todo lo que favorece mucho 4 las pasiones, y con el cebo de estas, 4 los vicios y hasta 4 los crimenes. Dicho esto, esté dicho tambien que la forma de gobierno ha cambiado muchas veces en lo sustancial, é innumerables en lo accidental en los pueblos antiguos y modernos, siguiendo el curso de los tiempos, el cardcter de las naciones, los adelan- tos de las ciencias, la extension de las conquistas, y la indole peculiar que tienen los hombres, segun las regiones donde na- cen, los climas en que viven, y la educacion que reciben. Y jpor- qué ha sucedido esto? Porque, siendo Ja sociedad humana de institucion divina, Dios sin embargo no ha prescrito 4 los hom- bres la forma de gobierno que han de tener. Del gobierno pa- triarcal, que es necesariamente el primitivo, se deriva el mondr- quico en escala menor, cual es el de la reunion de muchas fami- lias en una ciudad 6 en una provincia, y de ahi el monfrquico en grado ascendente por la reunion de muchas provincias, contenidas entre los limites y horizontes de montes gigantescos 6 rios cauda- losos: pues realmente, para la formacion de esos reinos no ha ha- bido necesidad de que Dios lo mandase 4 los hombres, cuando de las leyes de la paternidad natural, en virtud de las cuales obede- cen 4 un solo hombre ciento y doseientos individuos, que han sali-

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