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vi que se econocen, ademés de la mon&rquica: pues 4 todos se acomo- da perfectamente la verdad revelada, la cual solo niega que el de- recho y 1a potestad de gobernary juzgar 4 los hombres venga de los hombres como de su principio, (Rom. cap. 13, v. 1.) y afirma y d4 por sentado, que toda potestad viene de Dios, y que las que hay en la tierra, son ordenadas por Dios, por quien los reyes rei- nan y los legisladores legislan y los potentados administran justi- cia. (Prov. cap. 8,-v,_15:) Pero tenemos que decir, que se engafian mucho Jos que intentan comparar el concilio eeuménico con las. asambleas de los parlamentos, pues son unay otra reunion dos co- sas que se parecen en muy poca cosa, como lo demostraremos. _ Pocas veces se ha impresionado tanto la sociedad con‘la noticia de la reunion de un Concilio general: el tiltimo que se celebré, se anuncié como una cosa necesaria para la reformas de las costum- bres, y para reprimir la audacia de los herejes y condenar sus er- ‘rores: concluyése el Concilio despues de muchas dilaciones, y la Europa lo recibié con aplauso. Con haberse cerrado esta gran asamblea de Obispos, parecia que nada quedaba por decir ni ha- cer, pues se habian renovado todas las condenaciones y todos los anatemas fulminados por la Iglesia en los’ siglos que levaba de * fundada por Jesueristo, atendido que los herejes del siglo décimo sexto no hicicron més que desenterrar las osamentas fridas y des- carnadas de todas las herejias antiguas, y soplar sobre éllas, que- riéndolas dar una vida nueva: ademas, se habia estableciilo la dis-' ciplina de la Iglesia, formaéndose ¢l derecho novisimo, por el cual se arreglaron los beneficios eclesidsticos, y se dictaron de nuevo algunas reglas sobre el modo de vida que deben tener los minis- ‘tros del santuario, inculeando Ja observancia de los c4nones, que eomo sucede con las cosas humanas, se habia relajado con la ineu- ria de los tiempos. En efecto; tenian razon los hombres que vivieron en 1564, 'y aun dos siglos més tarde, para decir que no habia necesidad de otro Concilio ecuménico, atendido que el Tridentino habia abar- cado cuanto era necesario para salvar el dogma; y tener siempre incélume la fé catélica, para mantener en pié la disciplina y con- servar las relaciones pacfficas con las potestades del siglo. Pero han trascurrido ya trescientos cuatro aiios, desde que el Sumo

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