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PS a It aes 123 all4 en su corazon el nifio, el jéven que ve que su maestro de educacion primaria lo obliga 4 ir 4 confe- sarse y 4 comulgar, cosa que él] no hace, 6 que un pe- dagogo lo Neva con sus compaiieros 4 la Iglesia parro. quial, donde les obliga 4 todos & arrodillarse, 4 estar _alli una 6 mas horas, mientras él no hace mas que cui- dar de la disciplina externa? Tambien los nifios tienen su légica, y alguna vez contundente: no faltaran quie- nes, digan: si, lo que nosotros hacemos, es bueno gpor qué no lo hacen los catedraticos? pero, puesto que ellos no lo hacen, esto no fué instituido-sino para muchachos: en cuanto salgamos del colegio, no nos cogeran mas, para traernos 4 confesar. Estos pensa- mientos pasaran sin duda alguna por la mente de los que no ven buenos ejemplos, sucediendo que lo que se habia de mirar con amor y carifio respetuoso, se mi- ra con aversion. No es por tanto un fendmeno el ver que ni una vez al afio van los catélicos 4 confesar y comulgay: van, si no pueden eludir el celo del pdrroco, al contraer ma- trimonio, y despues no vuelven mas al lugar de la reconciliacion: hay una causa, y es el mal ejemplo: el mal ejemplo en los mayores es universal; lo ven los nifios, lo ven los mancebos, lo ven los jévenes, lo ven los mozos, y por consiguiente, no hay quien no vaya. dejando los practicas religiosas; los mayores, porque no viven con rectitud: los menores, porque no saben andar sino por senda que tenga huellas, y el caso es, que la Iglesia puede decir 4 los indiferentes con el profeta Jeremias, «todos me habeis dejado,» (1) y 4 la sociedad corrompida y enferma, con Isaias: qAy de la nacion pecadora, del pueblo cargado de iniquidades! ;Abando- naron al Sefior, blasfemaron al santo de Israel, enage- (1) Jer. cap. 2. v. 29.

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