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y tres generaciones acabará por la desaparición completa de toda práctica religiosa. ¡Triste porve­ nir para la vida religiosa de nuestras ciudades y suburbios! Compadezcamos a estos pobres del espíritu y extendamos hacia el os nuestro celo dándole a co­ nocer a este Dios Padre, todo amor, así como los deberes de la religiónque profesan y la obligación que tienen de cumplirlos por amor, recordándoles que no por lo que dicen cre r, sino por lo que practican, serán justificados.¡Que Dios es todo amor, nos espera siempre, nos perdona, nos com­ prende, nos disculpa, nos ama como sólo El sabe amar siempre y a pesar de nuestros fallos, ingra­ titudes, etc., pero quiere que nosotros le demos­ tremos nuestro amor hacia El con las obras. Bueno será recordarles las palabras de Cristo: «¿De qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?» Y aquellas otras de Santa Teresa de Jesús: «La ciencia cualificada es que el hombre en gracia acabe, porque al fin de la jornada, aquel que se salva, sabe, que el que no, no sabe nada.» 3} Los incrédulos y ateos. He aquí la primera y principal pobreza espiritual del «verdadero po­ bre», del que más pena nos tiene que dar, porque son pobres en lo más importante y principal. 78

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