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A más de ios indiferentes respecto de todas las religiones hay otros indiferentes respecto de la propia religión; laadmiten, sí,y creen en ella, pero les tiene sin cuidado lo que ella les impone; no niegan los castigos del más allá, pero no se preo­ cupan de evitarlos; para estos tales que creen y no practican quería San Juan de Avila que se cons­ truyese un manicomio porque es de locos creer en los castigos eternos y no hacer nada por evitarlos. ¡Y qué de locos no andan por nuestros barrios y suburbios!... Muchos de ellos, mientras vivieron en sus pueblos, eran practicantes de su religión; mas, al venir a la ciudad, se dejan arrastrar por los malos ejemplos que contemplan y la apatía e indiferencia religiosa se apodera de ellos. Es el fe­ nómeno que todos contemplamos y lamentamos a diario. Piedad y devoción en los pueblos, apatía e indiferencia en las ciudades. De éstas se aprende lo malo, nunca lo bueno. Son raros los que vinien­ do de los pueblos a las ciudades imitan los ejem­ plos edificantes de muchos habitantes de éstas. Es que ¿el Dios a quien se le considera digno de ser amado y honrado en los pueblos no tiene el mismo derecho en las ciudades? Y si se me pregunta ¿cómo se llega a esta apa­ tíae indiferencia religiosa?,yo respondería que por el abandono de las prácticas religiosas. Un descen­ so en la práctica religiosa — escribe un autor m o ­ derno— entraña normalmente en la fey en la vida cristiana una gran indiferencia. Puede decirse tam­ bién que habitualmente laaminoración de la prác­ tica religiosa es irrevocable: después de una, dos 77

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