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hermosa capilla en cuya fachada se yergue airosa una campana que con sus voces argentinas con­ vida a losfieles a la oración. Todos laoyen, pero... Muchos, ocupados por el pan de cada día u otras cosas, se hacen sordos. Preguntaba a uno de ellos: — ¿Ya oye misa los domingos? — En mi pueblo sí que laoía — me respondió. — ¿Y aquí por qué no la oye? — le inquirí. — ¡Esque como los otros no van a oiría! — me contestó. — ¿Y de dónde es usted? — le pregunté. — De cerca de Jaén — me indicó. — ¿Y cómo ha dejado su casita en elpueblo para venir a vivir aquí? — Pues, mire usted, padre, en el pueblo es ver­ dad que teníamos casa, pero no teníamos traba­ jo, y aquí, aunque no tenemos casa, es más fácil encontrar trabajo y qué comer. El diálogo evidencia dos cosas: 1.a) Que la ge­ neralidad de las personas que vienen de los pue­ blos a vivir en los suburbios de Madrid, alí prac­ ticaban la religión y aquí, ante el mal ejemplo de otros, abandonan las prácticas religiosas. 2.a) Que no es cierto, ni mucho menos, que el espejismo de la ciudad atraiga a la mayor par­ te de las familias de los pueblos a la capital, sino el deseo de mejorar su condición de vida. 34

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