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m e decidí a hacer algo por aliviarlas. ¡Los pobre- citos bien lo merecían!, eran gente trabajadora y honrada, procedente en su mayoría de Extremadura, Toledo y Andalucía. Vinieron a Madrid en busca de medios para vivir. «En nuestros pueblos — me decían— teníamos casa para vivir pero no tenía­ mos qué comer. Y aquí, aunque no tenemos casa, tenemos qué comer y lo preferimos». Así muchos a los que pregunté, el razonamiento era convincente. No, no es como muchos dicen el espejismo de Madrid lo que despuebla a Espa­ ña, sino más bien el no tener para vivir decorosa­ mente en los pueblos. ¿Qué extraño es que, ante el escaso rendimien­ to del campo debido a factores naturales y huma­ nos y a la carencia de industria, se vean preci­ sadas las familias a emigrar a la ciudad en busca de medios de vida? Todos, al salir de sus pueblos, se ven precisa­ dos a abandonar a sus muertos, su hogar, la casi­ taque fue testigode los acontecimientos más emo­ cionantes de su vida... Y esto no se abandona sino por una fuerza mayor, por una necesidad que sólo el Estado puede remediar. Compadezcamos más bien que critiquemos a los que con dolor tuvieron que dejar lo que más ama­ ban y con caridad aportemos nuestro granito de arena a la humanitaria obra de socorrer al necesi­ tado, practicando la obra de misericordia en fa­ vor del suburbio. Lanzado ya a laempresa, un grupo de fervorosos catequistas m e prestaron valiosa ayuda. Se visita­ 32

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