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también a los que, viviendo antes, siguen tan ne­ cesitados. Que ei apostolado del suburbio no es un depor­ te, como alguien en un principio pudo decir, salta a la vista. Se necesita una buena dosis de pacien­ ciay de sacrificio, que no todos suelen tener. Los pobres, en general, son poco atractivos, exigentes, envidiosos y descontentadizos. Cuanto más se les da,más piden y exigen. A veces, la misma nece­ sidad parece que agudiza su inteligencia para en­ gañar al más majo y sacarle los cuartos. No olvido el caso de aquellos dos paisanos del bar io de San Francisco, o de los Polvorines, a quienes construí las dos casitas que ocupaban, y en pago se las arreglaron para sustraerme otra cantidad de dinero equivalente, poco más o menos, a lo que a mí m e habían costado las casitas que yo Iesregalé. Ni tampoco m e pasó desapercibido el fraude de aquel otro que, en la obra por él realizada, cobra­ da dobles facturas. Por mucho que se diga, la pobreza no es de suyo atractivay simpática. La Dama Pobreza, desposada con el Seráfico Padre y presentada por Giotto en su inmortal fresco, vista con los ojos materiales tiene más de retrayente que de atrayente. Sólo el espíritu de fe,que ve en el pobre la ima­ gen de Cristo pobre; que fue ya profetizado por Isaías «evangelizador de los pobres»; que se abrazó voluntariamente con la pobreza, llegando a decir «que las aves del cielo tienen sus nidos y las zo­ 250

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