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ditación y oración mental diaria, que haya sido in­ fiel a su vocación. Pero, sí, conozco a no pocas que, por haber abandonado su primitiva vida de pie­ dad, dejaron de ser lo que eran y lo que debían. Por eso, es mi deseo que se dé la importancia que tiene a la práctica de los ejercicios de la vida espirtualtradicionales en la Iglesia, sinlos cuales se corre el peligro de caer en la tibieza e insensi­ bilidadde espíritu y, finalmente, en la pérdida de la vocación. Muy bien que se atienda a la formación intelec­ tual y cultural de las hermanas. La Iglesia lo re­ quiere, y el bien de las almas lo reclama. Pero, ante todo, hay que atender a su formación espiri­ tual. Mal podrán el día de mañana irradiar a Cris­ to, si Cristo no irradia en sus almas. Nadie da lo que no tiene. Y si ellas no tienen a Dios, no viven de El, no están inflamadas en su amor, no podrán comunicarlo a los demás. Cuanto más unido se esté con Dios, más unido se está con los hombres. Querer darse a éstos sin antes darse a Dios es no darse a ninguno. Por eso, todos los nuevos méto­ dos de apostolado escogidos para laconquista de las almas carecen de valor si es que no arrancan de pechos inflamados en el amor de Dios, irradia­ do en las almas. Sin vida interior, sin oración de intimidad y sin una fe viva, alimentada por la meditación de las verdades de nuestra religión, habrá que confesar el fracaso de no pocas obras de apostolado. Las palabras de Jesucristo son claras y terminantes: «Sin mí, nada podéis». 234

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