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«Minas, 2 de junio de 1966. Querido padre: Paz y Bien. Aquí nos tiene, querido Padre, en esta tie rra de misión que el Señor, por medio de Vd., se ha dignado confiarnos. ¡Cuántas gracias tenemos que dar al buen Dios por habernos escogido para ser sus «misioneras» y sus apóstoles! Jamás le agradeceremos debida mente el beneficio de la vocación religiosa, como «misioneras franciscanas del suburbio». Ya por nuestras cartas anteriores se habrá informado del entusiasmo y cariño con que hemos sido acogidas por esta buena gente uruguaya. Estas demostraciones van en au mento, a medida que ven nuestro interés por ellos. Aunque en materia religiosa son bas tantefríos e indiferentes, no se muestran hos tiles a la religióny nos escuchan con agrado. Actualmente estamos ayudando al señor obispo en la organización de tandas de Ejer ciciosespirituales para hombres y para muje res. El bien que se les hace es inmenso, tanto más cuanto que para la gran mayoría son los primeros que hacen. En uno de estos ejerci cios hizo la Primera Comunión un padre de familia. El pobre llorabade emoción y casi también nosotras. Juntamente con este apostolado no nos ol vidamos del que es peculiar nuestro, como misioneras franciscanas del suburbio, es de cir, los pobres y preferentemente los del su burbio.¡Y qué de pobres hay en lossuburbios 199
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