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terreno sin cultivaru ocupadas por cientos de ga­ nado vacuno, única industriadel país, que no exige trabajopesado. ¿Para qué molestarse en cultivar la tierra, sembrando productos agrícolas que reci­ birían de otros países a cambio de la carne y la lanade sus ganados? Y he aquí la causa principal de laruinaeconómica de lanación, que los mismos naturales lamentan. Recuerdo la impresión recibida al atravesar el país, delcentro al sur, en uno de aquellos días de estancia en Minas. Enterado un buen párroco de cierto importante pueblo llamado Dolores, de mi visitaen Minas, escribió a Mons. Quaglia rogándole que en su nombre m e invitase a pasar unos días en su parroquia, poniendo a mi disposición medio de transporte. Acepté la invitacióny me puse en camino. Atra­ vesé tierras y más tierras, fértiles en su mayoría pero abandonadas y sincultivo. En las varias ho­ ras de trayecto, ni un tractor, ni un arado, ni una persona siquiera, que se dejase ver.Parecían tie­ rras «nullius»: tierras de nadie... Yo, que venía de España, en donde había visto a los labradores de algunas de sus provincias disputarse un palmo de tierra para cultivarlo, no podía menos de excla­ mar en mi interior: «Si lo cogieran los labradores de Castilla». Recuerdo también el caso de un matrimonio ga­ llego, estacionado no lejos de Minas que, al ver el ningún interés que los naturales tenían por el cultivo de patatas, contentándose con las escasas 193

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